Ludwig van Beethoven tuvo mucha mala suerte en el amor. La condesa Julieta Guicciardi, a la que le dedicó la sonata Claro de Luna, fue su mayor obsesión. La condesa, sin embargo, no se dio por enterada y se casó, en 1803, con el conde Gallenberg. Teresa de Brunswick sí parece haber compartido episódicamente algún interés personal por el compositor y a ella estuvieron dirigidas estas dos breves y sobreactuadas cartas. El tercer amor imposible y doliente de Beethoven fue Teresa Malfatti, quien prefirió casarse con el barón de Drondick. Beethoven, asaeteado por las necesidades materiales, picado de viruela, víctima de un malhumor que parecía desquiciarlo, no fue jamás un gran partido. Le bastó ser un genio.
A Teresa de Brunswick
Mañana del 6 de julio de 1806
¡Angel mío, mi yo!
Sólo unas pocas palabras, que escribo con lápiz: ¡el tuyo!... Hasta mañana no tendré un alojamiento fijo ¡Qué miserable pérdida de tiempo en estos menesteres! Pero ¿por qué esta profunda tristeza cuando habla la necesidad? ¿Puede vivir nuestro amor de otra cosa sino de sacrificios y renunciamientos? ¿Puedes tú, acaso, conjurar el Destino? El no permite que tú seas aún por completo para mí, y que yo tampoco sea en absoluto para ti.
Refúgiate en la contemplación de la Naturaleza y da paz a tu alma; que se resigne a lo que debe suceder. El amor puede exigirlo todo, porque a ello tiene derecho. Por esta razón puedo exigirte todos los sacrificios, como tú, en cambio, puedes pedírmelos a mí. Pero no olvides tan fácilmente que necesito vivir para mí y para ti. ¡Ah! ¡Si estuviéramos reunidos, no experimentaríamos estos tormentos!
Mi viaje ha sido verdaderamente terrible; hasta ayer, a las cuatro de la mañana, no he podido llegar. Como escaseaban los caballos de refresco, el postillón tomó otro camino del que, en principio, yo debía seguir; ¡qué carreteras tan malas! En el último relevo se me aconsejó que no viajase de noche, y hasta quisieron asustarme diciéndome que era preciso atravesar un bosque, todo lo cual sirvió más que para arraigarme en mi propósito.
Pero mi obstinación pudo serme funesta: mi silla de posta se rompió en un barranco, porque la carretera por donde íbamos era un verdadero camino de herradura. Si mi postillón no hubiera sido tan hábil, jamás habríamos salido de aquel atolladero. Esterhazy, que seguía el camino ordinario e iba en una silla tirada por ocho caballos –yo marchaba en una de cuatro-, corrió, no obstante, la misma suerte. A pesar de todo, esta aventura me proporcionaba la satisfacción que produce el vencer una dificultad. Y ahora apresurémonos a volver a nuestro amor. Tornaremos a vernos muy pronto; pero aún no me es posible comunicarte lo que he pensado acerca de nuestro porvenir. Si nuestros corazones latiesen el uno contra el otro, nada tendría que ocultarle, porque mi pecho desborda de todo lo que tengo que decirte. Verdaderamente, hay momentos en que reconozco que la palabra no puede expresar nada de lo que siente nuestro corazón. Procura disipar tu pena, y sigue siendo mi fiel y único tesoro, como yo soy el tuyo.
Lo demás lo arreglarán los dioses. Ellos decidirán lo que debe ser de nosotros.
Tu fiel,
Luis
SEGUNDA CARTA
Noche del lunes 6 de julio.
¡Tú sufres, adorado ser mío! Hasta hoy no me he enterado que debo depositar mis cartas en la posta los lunes y jueves por la mañana, únicos días en que hay servicio de correo para K… ¡Tú sufres! ¡Ah! Por donde quiera que voy me acompaña tu recuerdo. ¡¡¡Qué existencia!!! ¡¡¡Vivir sin ti!!! ¡Vivir sin ti, abrumado por la bondad de los hombres en todas partes; bondad que procuro tan poco merecer, que creo merecer tan poco! Me hace daño la humildad del hombre ante el hombre. Considerándome en relación con el Universo, ¿qué soy yo y qué es el que se tiene por muy grande? Y sin embargo –he ahí lo que hay de divino en el hombre-, lloro cuando pienso que hasta el domingo por la noche no recibirás la presente carta ¡Ah! ¡Por muy ardientemente que me quieras, más, mucho más, te quiero yo! Porque nada te oculto de mis sentimientos. ¡Buenas noches! Cuando se está haciendo la cura de aguas es necesario acostarse temprano ¡Oh Dios mío! ¡Tan cerca! ¡Tan lejos! ¿No es nuestro amor un verdadero palacio celeste, sólido como el firmamento?
Ludwig
[1] HILDEBRANT EN SUS TRECE
2010 “La mala suerte en el amor de Ludwig van Beethoven”. Hildebrant en sus trece. Lima, año1, número 8, pp. 31.
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