Esta carta fue publicada, con evidente retraso, en el periódico “Times” de Londres el 9 de mayo de 1824. Expresa la ira de Simón Bolívar en contra de José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete, el primer presidente del Perú. Riva Agüero había desconocido al Congreso que lo nombró y se había marchado a Trujillo con algunos de sus secuaces estableciendo un gobierno a todas luces ilegítimo y empujando al Perú a la anarquía. En noviembre de 1823, bajo la presión del gobierno del marqués de Torre Tagle, el coronel Antonio Gutierréz de la Fuente apresó a Riva Agüero y lo deportó a Guayaquil.
Lima, 4 de setiembre de 1823.
SEÑOR JOSÉ DE LA RIVA AGÜERO.
Mi querido amigo y señor:
Con infinito sentimiento tengo que dirigirme a Vd. para tratar sobre los negocios más desagradables y al mismo tiempo más arduos que pueden ocurrir en la vida de un hombre público.
Yo creo que es ya inútil entrar en la investigación del origen y causa de la contienda de Vd. con el congreso; y mucho más, calificar sus propiedades y caracteres. El hecho es que Vd. se halla en guerra abierta con la representación nacional de su patria: esta representación fué convocada por el fundador de su libertad; ella ha sido reconocida por todas las autoridades y el pueblo peruano; Vd. mismo debió el nombramiento de su presidencia a la autoridad del congreso: luego, parece fuera de duda que los escogidos de la nación no pueden ser revocados por ningún ciudadano, cualquiera que sea su condición, todavía menos por Vd., que fué uno de los primeros agentes del establecimiento de la representación popular, y, como, presidente, le ha prestado solemnemente juramento de obediencia. En fin, amigo, el derecho creo que no admite discusión; en cuanto al hecho, veremos el efecto.
Bonaparte en Europa e Iturbide en América son los dos hombres más prodigiosos, cada uno en su género, que presenta la historia moderna: los primeros bienhechores de la patria y de la independencia nacional, y no han podido evitar su ruina, por sólo el sacrilegio político de haber profanado el templo de las leyes y el sagrario de todos los derechos sociales; Vd., además, ha añadido el ultraje más escandaloso en las personas de sus ministros sagrados. Creo, pues, que Vd. no podrá resistir tampoco el estruendo que resuena por todas partes, de todos los clamores de cuantos hombres tienen conciencia y buen sentido. No dude Vd. que el suceso de Trujillo es la mancha más negra que tiene la revolución, y por consiguiente, Vd. no debe esperar más que maldiciones en América y juicios de desaprobación en Europa. Yo, sin embargo, ofrezco a Vd. mi amistad y toda la protección que dependa de mis facultades, si Vd. quiere aceptarlas. El coronel Urdaneta y el señor Galdiano llevan poderes para transigir con Vd. y los que le obedecen en esta ardua y horrible materia.
Es inevitable la ruina del Perú, si, en estas circunstancias, Vd. demora un momento la aceptación de mis ofertas generosas; Vd. no puede aguardar más, sin ellas, que la esclavitud del Perú, y después la persecución de todos los americanos en contra de Vd. La opinión pública será tan fuerte y tan constante contra Vd., que no encontrará asilo ni en el fondo de su conciencia. Por supuesto, de ningún modo mandará Vd. en Lima, ni los partidarios de Vd. tampoco; porque todos nos armaremos en defensa del Perú. Si el enemigo retorna al yugo la patria, Vd. tampoco logrará el designio que aspira; por último, Vd. crea que ya no es posible que ninguna suerte propicia pueda alterar la naturaleza de los principios del orden moral que Vd. ha hollado, y que serán los más crueles enemigos que le perseguirán hasta el sepulcro.
Tenga Vd. la bondad, mi querido amigo, de disimular la franca exposición que he hecho a Vd., sin rebozo ni miramiento alguno, de mi creencia política; porque estando a la cabeza de un pueblo libre y constituido, no puedo, sin faltar a mi más riguroso deber, callar el efecto que, en mi sentir, debe sufrir la América , por la conducta de Vd. en estos tristes momentos; por lo demás, yo no puedo olvidar lo que Vd. ha hecho por la América y particularmente por el Perú, cuyas reliquias Vd. ha salvado.
BOLÍVAR.
[1] HILDEBRANT EN SUS TRECE
2010 “La ira de Bolívar”. Hildebrant en sus trece. Lima, año 1, número 17, pp. 21.
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