martes, 3 de mayo de 2011

JOSÉ DE LA RIVA AGÜERO EN “MUERTOS, HERIDOS Y CONTUSOS”

JOSÉ DE LA RIVA AGÜERO EN “MUERTOS, HERIDOS Y CONTUSOS”[1]

En “Muertos, heridos y contusos”, publicado en Buenos Aires en 1920, Alberto Hidalgo incluyó estas líneas atrabiliarias en contra de José de la Riva Agüero y Osma, el personaje alrededor del cual hoy se reúnen los intereses del cardenal Cipriani y la derecha fundamentalista y beata. Es decir, de aquellos que quieren hacer de la Universidad Católica una extensión del Opus Dei.

J
osé de la Riva Agüero, siendo joven, es un viejo. Perdonad, lectores, si os da la gana, la vulgaridad de esta paradoja. Es viejo porque no adquirió la juventud. Y no la adquirió porque nunca tuvo un ideal. Es este un espíritu senil: jamás sintió una inquietud; vive aborreciendo cuanto significa novedad, altivez, rebeldía, audacia. Tiene alrededor de 40 años y no ha sentido todavía una pasión más o menos noble. Nunca sintió un arrebato. Ni una mujer, ni una flor, ni un caballo siquiera, son capaces de entusiasmarle. Otra cosa es lo que le entusiasma. Y no seré yo quien ahora se lo diga. Es, en resumen, un espíritu castrado, si se me permite la audacia del adjetivo. Hay quien asegura que no es sólo el espíritu lo que tiene castrado. Si así fuera, mejor papel haría, seguramente, en el coro de la capilla Sixtina.

            Pero, no. Voy a contradecirme. Dije enantes que jamás ha tenido una pasión. Esto no es verdad. Tiene una: la de los libros. Los mira, los abre, los estruja, los besa y quizá –no me consta- si hasta los lee. La gente le llama “erudito”. Los eruditos no me hacen feliz; más bien, me fastidian, me cargan; les aborreszco, les odio, ¡mueran los eruditos!

            Le da de cronista, crítico, historiador y político. Como cronista, es de un estilo demasiado duro, riscoso y petulante. Como crítico, es bastante sereno e imparcial; pero tiene un criterio apolillado, un gusto detestable y una petulancia dogmática, por otra parte, propia de hombres que, como él, pueden contar el dinero por miles de cientos. Riva Agüero, espíritu sacristanescamente modelado, es de los que se asustan y alzan los brazos al cielo frente a una audacia viril o un ademán combativo. Repetir una frase de este señor es como asirle por las solapas y darle un golpe contra la pared: ha dicho que Verlaine es un “nieto bastardo, plebeyo y encanallado de Lamartine”. Esta frase bastaría para anularle definitivamente… Los verlenianos deberían castigarle. Para cuando quieran hacerlo, les aviso que el mejor y más cruel castigo sería encerrarle una noche entera con una mujer desnuda…

            Pero los achaques literarios no satisficieron la sed de gloria señor Riva Agüero. ¿Qué hacer? Pues meterse a político. Entonces el Partido Nacional Democrático, que para felicidad de los peruanos fallece a poco de nacer. Este partido es la más grande equivocación de Riva Agüero. Un partido de intelectuales es algo así como una plutocracia del cerebro. En el Perú no necesitamos partidos de intelectuales. Necesitamos partidos de hombres. Riva Agüero fundó ese partido porque no sabía qué hacer con su dinero. El Partido Nacional Democrático no es otra cosa que un partido de mentecatos… (Víctor Andrés Belaunde, brazo derecho de Riva Agüero, es la más alta encarnación de la mentecatada)…

            Hijo de una familia acaudalada y aristocrática, acaudalada porque succionó la hacienda nacional, Riva Agüero fue educado, como todos sus iguales, en un colegio de frailes… No estoy seguro de que Riva Agüero practique aún los vicios que se atribuye a su niñez; pero me es posible asegurar que por lo menos le queda el compás. He aquí una prueba: cuando se presentó en el Congreso el proyecto de ley de Divorcio Absoluto, él, que no tiene ni ha tenido ni tendrá nunca trato con las mujeres, encabezó una protesta organizada por los “señoritos” de Lima… ¿Qué es en resumen el Partido Nacional Democrático? Nada más que una “Sociedad de la Rosca” presidida por el millonario que paga los caprichos de los clientes …


[1] HILDEBRANT EN SUS TRECE
2010      La Máquina del Tiempo”. Hildebrant en sus trece. Lima, año 1, número 17, pp. 29.

No hay comentarios:

Publicar un comentario