sábado, 7 de mayo de 2011

ASESINATO DE JAVIER HERAUD

ASESINATO DE JAVIER HERAUD[1]

En 1963, a los 21 años de edad, el poeta peruano Javier Heraud muere alcanzado por balas explosivas en el río Madre de Dios. A los 18, Heraud había publicado “El río”, un poemario con el que sorprendió a los críticos y obtuvo un premio importante. Había ingresado a la Facultad de Letras de la Universidad Católica con el primer puesto y, entusiasmado por la experiencia cubana, marchó a La Habana para estudiar cinematografía. Allí fue persuadido de que la única salida para América Latina era empezar, por la fuerza, una nueva liberación. Su intentona fue conmovedoramente ingenua y, en la práctica, suicida. Pero su muerte fue una vergüenza más para la democracia oligárquica que hoy parece reinar, otra vez, sin sobresaltos. La prensa conservadora se ensañó con su muerte y hubo quienes festejaron abiertamente. El padre de Heraud envió esta carta para expresar su dolor.

            Lima, 23 de Mayo de 1963
            Sr. D. Pedro Beltrán
            Director de “La Prensa
            Ciudad

            Muy distinguido señor:

            Le agradecería tuviera a bien disponer se publicara la declaración que formulo con referencia a los sucesos ocurridos en Puerto Maldonado en donde perdiera la vida mi hijo el poeta Javier Heraud Pérez.

            El sacrificio de mi hijo Javier ha sumido a mi familia en el más profundo desconsuelo, tanto por la forma como ha desaparecido como por la pérdida de una promesa para la cultura y el pensamiento de mi patria.

            Nosotros sabíamos que nuestro hijo Javier estaba hondamente preocupado porque aspiraba a tener una vida útil y creadora. Lo prueba sus libros de poemas, pero nunca supimos que él pensara, al irse a Cuba, en otra cosa que estudiar cinematografía. Por eso las noticias de Puerto Maldonado nos fulminaron, y yo fui al lugar de los hechos porque me resistía a creerlos. Allí tuve la trágica certidumbre de la muerte de Javier. Pero mi pena, con ser insondable, se ha agrandado más aún al saber que mi hijo, que había ido allá urgido por un ideal, arrostrando los más graves peligros con el más absoluto desinterés, había sido víctima de una cacería inhumana. Cuando, inerme en una canoa de tronco de árbol, desnudo y sin armas en medio del río Madre de Dios, a la deriva, sin remos, mi hijo pudo ser detenido sin necesidad de disparos, más aún por cuanto su compañero había enarbolado un trapo blanco, no obstante eso, la policía y los civiles a quienes se azuzó les disparaban sobre seguro, desde lo alto del río, durante hora y media, inclusive con balas de cacería de fieras.

            Cuando el compañero de mi hijo gritó: “No disparen más”, estando ya cerca de la ribera desde donde les disparaban, y según versiones orales que he recogido en la población, un capitán gritó: “Fuego, hay que rematarlos”. Un teniente, más humano y más respetuoso de las leyes de la guerra que prohíben disparar contra el enemigo inerme y herido, contuvo el fuego, pero ya era tarde. Una bala explosiva había abierto un boquete enorme a la altura del estómago de mi infortunado hijo y muchas balas más se habían abatido sobre el cadáver de mi hijo, que con sus 21 años y sus ilusiones, había tratado de hacer una incitación para que cesen los males que según él, debían desterrarse de nuestra patria.

            Las leyes de la guerra prohíben el empleo de balas explosivas. Ya se ha desterrado definitivamente de las prácticas el ensañamiento con el vencido. Y las leyes humanas y sociales impiden soliviantar a los civiles para abrumar al vencido. El Perú, que siempre en la guerra fue tan generoso como Grau con sus adversarios, habrá de mirar con unánime repulsa estos graves hechos y es de desear, para que no se abra un sombrío e impune antecedente de crueldad que podría no cerrarse nunca, se haga cumplir sanción y justicia al desatado furor fratricida que ha tenido como escenario un claro río de nuestras montañas y como víctima a un mártir adolescente traspasado de ideales generosos.

            Para nuestra familia, sin distingos, nuestro Javier es el símbolo de la pureza y del sacrificio.

                                                                                  De Ud. Muy atentamente.
                                                                                  JORGE A. HERAUD CRICET 


[1] HILDEBRANT EN SUS TRECE
2011      “Asesinato de Javier Heraud”. Hildebrant en sus trece. Lima, año 1, número 37, p. 19.

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