EL DERECHO DE MORIR[1]
Este es el testamento moral que el gallego Ramón Sampedro escribió antes de morir, en enero de 1998, ingiriendo voluntariamente una dosis de cianuro preparada por Ramona Maneiro, la persona que lo acompañó durante sus últimos años. Sampedro estuvo 29 años tretapléjico a raíz de una trágica zambullida en un mar de marea baja y solicitó en varias oportunidades a las autoridades españolas el derecho a la eutanasia. Negado éste, Sampedro hizo que Ramona Maneiro grabara en una cámara de video el momento en que tomaba, sirviéndose de un sorbete, el veneno. Aun así, Ramona fue detenida por breve tiempo. Se la liberó por falta de pruebas y porque negó haber estado presente en esos momentos finales. Sólo en el 2005, cuando la acción penal estaba prescrita, confesó haber sido quien asistió a Sampedro en sus suicidio, añadiendo que se encerró en el baño de la habitación para no ver el preciso momento de la muerte de su ser querido. En el 2004, el cineasta Alejandro Amenábar dirigió la película “Mar Adentro”, inspirada en todos estos hechos.
Señores jueces, autoridades políticas y religiosas:
Después de las imágenes que acaban de ver, a una persona cuidando de un cuerpo atrofiado y deformado – el mío – yo les pregunto: ¿Qué significa para ustedes la dignidad? Sea cual sea la respuesta de vuestras conciencias, para mí la dignidad no es esto. ¡Esto no es vivir dignamente! Yo, igual que algunos jueces y la mayoría de las personas que aman la vida y la libertad, pienso que vivir es un derecho, no una obligación. Sin embargo, he sido obligado a soportar esta penosa situación durante veintinueve años, cuatro meses y algunos días. ¡Me niego a continuar haciéndolo por más tiempo! Aquellos de vosotros que os preguntéis: ¿Por qué morirme ahora – y de este modo – si es igual de ilegal que hace veintinueve años? Entre otras razones, porque hace veintinueve años la libertad que hoy demando no cabía en la ley. Hoy sí. Y es por tanto vuestra desidia la que me obliga a hacer lo que estoy haciendo.
Van a cumplirse cinco años que – en mi demanda judicial – les hice la siguiente pregunta: ¿debe ser castigada la persona que ayude en mi eutanasia? Según la Constitución española – y sin ser un experto en temas jurídicos – categóricamente, NO. Pero el Tribunal competente – es decir, el Constitucional – se niega a responder. Los políticos – legisladores – responden indirectamente haciendo una chapuza jurídica en la reforma del Código Penal. Y los religiosos dan gracias a Dios porque así sea. Esto no es autoridad ética o moral. Esto es chulería política, paternalismo intolerante y fanatismo religioso.
Yo acudí a la justicia con el fin de que mis actos no tuviesen consecuencias penales para nadie. Llevo esperando cinco años. Y como tanta desidia me parece una burla, he decidido poner fin a todo esto de la forma que considero más digna, humana y racional. Como pueden ver, a mi lado tengo un vaso de agua conteniendo una dosis de cianuro de potasio. Cuando lo beba habré renunciado – voluntariamente – a la propiedad más legítima y privada que poseo; es decir, mi cuerpo. También me habré liberado de una humillante esclavitud – la tetraplejia –. A este acto de libertad – con ayuda – le llaman ustedes cooperación de un suicidio – o suicidio asistido –. Sin embargo, yo lo considero ayuda necesaria – y humana – para ser dueño y soberano de lo único que el ser humano puede llamar realmente “Mío”, es decir, el cuerpo y lo que con él es – o está –: la vida y su conciencia.
Pueden ustedes castigar a ese prójimo que me ha amado y fue coherente con ese amor, es decir, amándome como a sí mismo. Claro que para ello tuvo que vencer el terror psicológico a vuestra venganza – ese es todo su delito –. Además de aceptar el deber moral de hacer lo que debe, es decir, lo que menos le interesa y más le duele. Sí, pueden castigar, pero ustedes saben que es una simple venganza – legal pero no legítima –, ustedes saben que es una injusticia, ya que no les cabe la menor duda de que el único responsable de mis actos soy yo, y solamente yo. Pero si, a pesar de mis razones, deciden ejemplarizar con el castigo atemorizador, yo les aconsejo – y ruego – que hagan lo justo: córtenle al cooperador/ra los brazos y las piernas porque eso fue lo que de su persona he necesitado. La conciencia fue mía. Por tanto, míos han sido el acto y la intención de los hechos.
Señores Jueces: negar la propiedad privada de nuestro propio ser es la más grande de las mentiras culturales. Para una cultura que sacraliza la propiedad privada de las cosas – entre ellas la tierra y el agua – es una aberración negar la propiedad más privada de todas, nuestra patria y reino personal, nuestro cuerpo, vida y conciencia, nuestro universo.
Señores jueces, autoridades políticas y religiosas: No es que mi conciencia se halle atrapada en la deformidad de mi cuerpo atrofiado e insensible, sino en la deformidad, atrofia e insensibilidad de vuestras conciencias.
Ramón Sampedro
[1] HILDEBRANT EN SUS TRECE
2011 “El derecho de morir”. Hildebrant en sus trece. Lima, año 1, número 45, p. 23.
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