Esta es la carta abierta con la que Mariano Ignacio Prado, el fundador de una de las dinastías conservadores más cruciales del Perú, intenta justificar su salida del país en plena guerra con Chile. Prado abandona subrepticiamente la presidencia del Perú el 18 de diciembre de 1879, cuando ya se han producido decisivas derrotas en el frente del sur y se han perdido el Huáscar y la Independencia , las dos únicas naves que podían enfrentarse con relativo éxito a la flota chilena. En estas líneas vergonzosas Prado intenta decir que su presencia no es necesaria, que todo lo que hace puede hacerlo su vice presidente y que se va a Europa a conseguir – no lo dice explícitamente pero lo da a entender – la armada que nos hará invencibles y que los gobiernos de Balta, Pardo y del mismo Prado se habían negado a reforzar: cuando la guerra estalla la flota naval peruana es la que había mandado construir Pezet y ya tenía quince años de antigüedad. El cauto Jorge Basadre condena la huida de Prado. Hasta su ministro de hacienda, Químper, se opuso en su momento a ella. Y “El Comercio” escribe esto al día siguiente de conocerse el hecho: “El general Prado es uno de los hombres menos a propósito para desempeñar la comisión que sirve de pretexto al abandono que hace del país en estas circunstancias: no brilla, ciertamente, por su talento; carece de ilustración; no posee otro idioma que el castellano; y sus relaciones personales en Europa se encierran dentro del estrecho círculo de los peruanos allí residentes… Pero es inútil que nos esforcemos en probar lo que no necesita prueba alguna: el viaje del general Prado no significa otra cosa que una vergonzosa deserción…” (Edición del 19 de diciembre de 1879). En 1881, los pradistas contumaces trataron de decir que don Mariano Ignacio Prado lo que quería en realidad era traer, desde astilleros estadounidenses, el blindado “Stevens Battery”, con blindaje de 18 pulgadas en la torre y 10 en el casco, cañones de a mil y 16 millas de autonomía. Dijeron – allí está el libro de Luis Humberto Delgado, apologista de Prado, para probarlo – que los armadores del “Stevens Battery” habían prometido “ponerlo en el Callao en marzo de 1880, en donde debería ser colocada la artillería, pues no se podría sacar armado de los Estados Unidos”. La fabulación salta a la vista: Estados Unidos demostró, desde el comienzo, o neutralidad absoluta o eventuales simpatías por la causa de Chile, lo que hubiera hecho imposible una operación como la descrita; el Callao estaba bloqueado desde la derrota de Angamos y pensar que un barco que iba a decidir la paridad de las fuerzas podía llegar tranquilamente y ser artillado a la vista y paciencia del enemigo resultaba más tonto que iluso. Cuando Prado huye del Perú, además, la única posibilidad de arribo de armas y pertrechos era el istmo de Panamá, donde diplomáticos chilenos supervisaban, con éxito, la neutralidad de Colombia. La de Prado, en suma, es la historia de una traición. La vieja derecha peruana, heredera directa de esas miserias, se ha encargado de que los peruanos no la conozcan.
Carta circular del general Mariano Ignacio Prado
A bordo del Paita, Guayaquil, diciembre 22 de 1879
Estimable amigo:
Supongo que mi intempestiva salida de Lima haya dado lugar a comentarios de todo género, y no dudo que principalmente los espíritus estrechos se hayan entregado a las apreciaciones apasionadas, sin exceptuar las más desfavorables persiguiendo el propósito de no cumplirme justicia jamás y sin darse la pena de reconocer mi espíritu y mis trabajos durante el tiempo que sirvo al país. Pero, tratándose del bien de la República , me sobrepongo a todo, importándome poco el momentáneo sacrificio de mi reputación y mi nombre, desde que me asisten el convencimiento de proceder bien y la esperanza de que después los elevaré a gran altura.
Si algunos pudieran atribuir a mi marcha reservada un fin mezquino, bastaríales ver que dejo allí a mi familia entregada sólo al amparo de la Providencia , para persuadirse que únicamente un fin grandioso ha podido moverme a realizar este viaje, cuya reserva y motivos ha llegado la ocasión de explicar.
Nadie ignora que mientras carezca el país de poderosos elementos navales que siquiera equilibren los recursos marítimos del enemigo, la campaña terrestre tiene que ser para nosotros muy lenta, costosa y difícil.
Por las últimas comunicaciones venidas de Europa, veíamos con sentimientos que, debido en gran parte a competencias y rivalidades de nuestros comisionados, nada se podía hacer ni conseguir respecto a la adquisición de buques. Ese antagonismo había hecho estériles hasta la fecha los más patrióticos y vehementes deseos del gobierno y del pueblo.
Naturalmente, comprendiendo la delicadísima situación, que en su gravedad demandaba urgentemente medidas heroicas, me resolví a venir, y para ello tuve en cuenta las siguientes consideraciones:
1°.- Que mi presencia allí y lo que tenía que hacer no era tan esencial que no pudiera ser reemplazado por la del Vice-Presidente, al paso que mi venida era de la mayor importancia, porque lo que yo no hiciera no lo haría ningún otro.
2°.- Que no debía omitir esfuerzo ni sacrificio alguno para conseguir los elementos que necesitamos, mucho más no habiéndose hasta hoy y pudiendo acaso conseguirlo yo, usando de mi alta representación, plenas facultades y relaciones personales.
3°.- La oportunidad de poder reunir las personas y recursos para subordinarlos todos a mi voluntad a fin de alcanzar el objeto que me propongo; y
4°.- La de que con mi venida nada se arriesgaba ni se perdía gran cosa, siendo así que ella podría proporcionarnos lo que hace tiempo necesitamos para contrarrestar y vencer al enemigo.
Si a todo esto se agrega la necesidad de entregar a nuestros acreedores el guano y el salitre antes de que los chilenos se apoderen de ellos y los exploten, se comprenderá la absoluta necesidad de mi venida.
Y me decidí a salir guardando reserva.
1°.- Para evitar en lo posible que lo supiese el enemigo, cuyos buques surcaban nuestras aguas del Norte, dos de los cuales detuvieron este vapor por algunas horas después que salimos del Callao.
2°.- Para evitar discusiones y opiniones, cuyo resultado, en la excitación en que los ánimos se encuentran, hubieran sido contrarios a mi marcha y originar burlas y escándalos.
He aquí ligeramente explicados los motivos de mi viaje y las causas del sigilo con que lo he realizado. Si él responde a mi fe y a mi decisión, nada me será más satisfactorio que traer algo para hundirme en el mar u ofrecer al Perú la más espléndida victoria.
No deja de ser admirable la religiosidad con que han guardado el secreto de mi viaje las personas que lo conocían; y esto me consuela mucho porque trae a mi ánimo el convencimiento de que, pensando con cordura, todos han estimado como una necesidad premiosa a mi salida y el logro de los altos fines que la inspiraron.
Sin tiempo para más y deseándole prefecta salud, tengo el gusto de repetirme de Ud. afectísimo amigo y S.S.
Prado.
[1] HILDEBRANT EN SUS TRECE
2011 “La carta de la traición”. Hildebrant en sus trece. Lima, año 1, número 49, p. 19.
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