CUANDO EL COMERCIO ERA NAZI[1]
Desde finales de 1935 hasta comienzos de 1937, como nos lo recuerda José Ignacio López Soria en su libro “El pensamiento fascista”, el periodista Carlos Miró Quesada Laos, alias “Garrotín”, tan identificado con “El Comercio” que llegó a ocupar allí puestos de importancia, escribía cada domingo en ese diario una sección que se llamaba “Problemas del mundo”. El 15 de diciembre de 1935 Miró Quesada publicó este imborrable artículo de estirpe nazi al que tituló, con exactitud, “Mi lucha”. Miró Quesada Laos no fue el único fascista que escribió en “El Comercio” de aquella época. “El Comercio” acogió a toda una canalla intelectual identificada con Hitler y Mussolini y lo hizo con entusiasmo y sin tomar distancia alguna. Entre ella destacó, con brillos inocultables, aparte de Miró Quesada Laos, ese fascista del rosario en mano que se llamó José de la Riva Agüero , el padre espiritual del cardenal Cipriani. Leamos por ahora a Miró Quesada Laos y encontrémonos, cara a cara, con el pasado de un diario que pretende ser ejemplo permanente de amor por la democracia. El diario que hace poco visitara Alan García sin saber que en la hemeroteca donde adulaba a los Miró Quesada yacían papeles tan hediondos como el que aquí presentamos.
“… No pretendemos presentar al público la figura de Adolfo Hitler. Sería tarea vana… Hitler y Mussolini han sido los iniciadores de un gran movimiento social. Se explica que el marxismo, que aparenta desdeñar todo lo viejo, sienta un odio invencible por ambos caudillos. La campaña marxista tiene un siglo. En cambio, el movimiento que preconizan ambos conductores de masas nació después del armisticio… Creemos que son las dos figuras más interesantes de Europa y será difícil que otro hombre les dispute en breve su fama. Hasta hoy Mussolini y Hitler aparecen como los genuinos exponentes de una evolución profunda, de un cambio de métodos y de ideología perfectamente sorprendentes… Fueron, pues, productos contemporáneos de un anhelo, abanderados de un deseo, sentido por enormes multitudes, que no sabían fijamente lo que querían, pero que presentían una reforma. Por eso triunfaron. Adivinaron y encauzaron los sentimientos de sus pueblos y procedieron con oportunidad… Mussolini y Hitler llegaron a tiempo y tuvieron el valor de llamar a las cosas por sus nombres; de allí que impusieran sus nuevas tendencias… Pero entremos al análisis de ese interesante libro, Mi lucha, del que es autor Adolfo Hitler… Mi lucha está bien escrito, tiene vigoroso sentido de polémica y pronunciado carácter de divulgación. Agresivo en algunos momentos, se torna luego sereno y enjundioso y penetra al fondo mismo de los problemas. Adolfo Hitler, el jefe supremo del socialnacionalismo, nos cuenta la trayectoria de su apasionante vida pública. Libro autobiográfico, se convierte en el recuento de la historia de Alemania. Según afirma el dictador, su vida política se inició el 11 de noviembre de 1918; ese mismo día se derrumbaba el Imperio. Quiere decir, pues, que del Armisticio nacieron Hitler y la nueva Alemania. El uno fue el conductor de la otra. País y hombre se identificaron con el destino. El pueblo tuvo su caudillo, el caudillo tuvo su pueblo. La derrota los juntaba, y a despecho de la colosal resistencia de los elementos que encarnaba el viejo régimen carcomido y triste, y de la embestida comunista, surgió la “svástica” para poner en fuga, a la vez que al trapo rojo, que recorrió triunfalmente las calles de las ciudades alemanas, a las bandera imperial, que mordió el polvo en Verdún y fue hecha jirones en el Marne…”
“Y Hitler lo dijo desde el comienzo. Nunca habló de libertades ni de democracia. Condicionando todo en provecho del Estado, representado por un Dictador, expuso sin ambages que un freno sería puesto a todos los ciudadanos. Sus declaraciones fueron juzgadas cínicas. Quizás lo fueron. Pero en medio del cinismo encontramos una enorme virtud. Quienes se enrolaron dentro del social-nacionalismo no podían llamarse a engaño. Supieron muy bien que la democracia, y con ella el Parlamento, su expresión más genuina, iban a desaparecer el día del triunfo… Las frases de Hitler son verdaderas sentencias que impresionan y hacen pensar. Se diría que forman un verdadero y saludable catecismo político. Su aversión a la cobardía la que desgraciadamente tanto abunda en los partidos burgueses, se repite, infatigablemente en Mi lucha. Su espíritu audaz reniega de los tímidos. Y tiene razón, ya que de ellos nada bueno puede esperarse… Hitler dedica varios capítulos a la cuestión judía y con esto a la raza. Para nosotros, que vivimos tan lejos del mapa europeo, quizás nos parezca extraña su fobia incontrolada. Pero el Führer da sus razones. Para él, los judíos son causantes de todas las desgracias y en especial del comunismo. En este último aspecto no podemos menos que darle un poco de razón al jefe nazi. Si recorremos la lista de los demagogos y agentes rojos, veremos que los judíos se cuentan en número muy crecido. Hitler, enemigo del comunismo, no podía olvidar la participación de los judíos en esa pavorosa matanza que tiene su cuartel general en Moscú… Este es en síntesis Mi lucha de Adolfo Hitler. Su importancia es grande y cada vez más trascendente. Hoy que Hitler ha llegado a la cúspide de su carrera política, el libro escrito en la mazmorra, durante las horas adversas, adquiere caracteres de profecía y de indomable esperanza en la victoria. Y es tan cierto todo lo que decimos, que basta para probarlo el encono que los antinazis han llegado a sentir por Mi lucha. Después de atacar el libro, han ido hasta querer negar a su autor, diciendo que Hitler no lo ha hecho. Quizá lo consideren demasiado bien escrito, lo que después de todo constituye un elogio. Mi lucha es el compendio de la reciente historia alemana y la nítida exposición de un programa social. Tiene como meta una reforma y como pilares dos principios: nacionalidad y patria. Con ellos comenzó el camino al triunfo, de ese triunfo que puede llegar a conclusiones cada vez más grandes e insospechadas”.[2]
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